martes, 25 de junio de 2013

Una gran máquina trituradora

En riesgo de extinciónRoger Cortez Hurtado

http://www.paginasiete.bo/2013-06-25/Opinion/Destacados/16Opi00125-06-13-P720130625MAR.aspx

- 24/06/2013

La resistencia de los pueblos del TIPNIS provoca la obsesión del poder en Bolivia y la crónica de su evolución ha puesto de manifiesto las flaquezas de quien no deja de buscar e imaginar las formas de someter y humillar a los pocos miles de habitantes indígenas que lo pueblan y osan oponerse a sus designios.

Esos pocos despertaron la sensibilidad ambiental, humana, democrática, autonómica de cientos de miles de las que resultaron movimientos sociales rurales, urbanos, nacionales que estuvieron entre las más tempranas expresiones de indignación, de similar naturaleza a las que se han visto en varios países y que campean hoy en Brasil o Turquía. Lo que mostraron esos movimientos de desacato a la imposición del “quieran o no quieran” es lo que permite comprender la sucesión y alternancia entre los episodios de furia demoledora, guerrilla de desgaste, entrecortados por treguas “prudentes”, que preparan el ingreso de sierras, topadoras, trépanos con los que se abrirá camino y se perforarán pozos.

Estos movimientos, en su momento, exhibieron incluso mayor intensidad y amplitud que la rebelión obrera y popular de mayo pasado, porque tensaron las contradicciones en la médula de las identidades, de lo plurinacional y de todas las pluralidades, al chocar frontalmente con los intereses de los nuevos prospectos oligárquicos. De allí que la mínima posibilidad de su reactivación concentra los esfuerzos gubernamentales para aniquilarla a cualquier costo.

Los enfrentamientos entre indígenas y colonizadores han dado lugar a azotes, golpizas, denuncias de participación militar, contradenuncias de presencia de “sicarios” y a un clima de tensión en el TIPNIS. Sabemos ahora, por confesión de parte, que las pesadillas y delirios de los actuales dueños del Estado amalgaman ansias de acumulación de poder y nuevas fuentes de riquezas, en una mezcla explosiva capaz de cosechar muchas más víctimas de las que se vieron en las dos últimas marchas indígenas. Fiebre de tierra, petróleo, negocios de todo tipo alientan la obsesión con que los agentes estatales asedian a los habitantes del bosque.

Otra esquina de la realidad que provoca zozobra entre los principales personajes del régimen es la de la Policía, porque se trata del aparato de seguridad frente al cual ni los mimos, ni las amenazas han funcionado. En marzo de 2011, el Presidente fijó en tres meses el plazo “último y definitivo” para reformar la institución; frente a esa conminatoria se ha visto, en las últimas tres semanas para no ir más lejos, el tono desafiante con que el comandante de Tránsito ha respondido al SEGIP y a los legisladores que han reclamado por la devolución de licencias a conductores ebrios o, más ruidosa todavía, la detención de uno de los familiares de una pareja de jóvenes franceses asesinados en Guayaramerín. El motivo del arresto: un frasco de tranquilizantes, “cuerpo del delito”, supuestamente cometido por alguien que sin hacer mayores declaraciones, ni escándalo, pone de manifiesto con su desesperada búsqueda de los cuerpos de las víctimas, la incapacidad de una institución que prefiere castigarlo antes que esclarecer la matanza cometida hace tres años.

La Policía responde y aguanta las reprimendas públicas y descalificaciones provenientes del Gobierno, pero al mismo tiempo aparecen aquí y allá señales de revancha que incluyen, entre las que más temen las autoridades, la filtración de videos, grabaciones y otras evidencias que afectan a personeros políticos. Las destituciones e inicio de procesos, casi siempre interrumpidos o aletargados hasta el deceso, no cambian nada, ni alteran la impotencia e inclusive colaboración entre bandas delictivas y sus homólogas de uniformados, ni la autonomía relativa que le otorga al cuerpo de seguridad conocer tantos secretos de encumbrados operadores estatales.

Esa independencia parcial se manifiesta en protestas esporádicas, pero explosivas y en la preservación de una situación institucional que alienta el ascenso de la inseguridad y la multiplicación de delitos.

La represión selectiva de organizaciones y movimientos sociales, que tiene uno de sus escenarios en el TIPNIS y el descontrol de la institución del orden son manifestaciones inequívocas de que la maquinaria estatal -colonialista y opresora- ha atrapado y está desmenuzando los proyectos de reformarla, tanto como la voluntad y la visión de quienes se soñaron alguna vez como sus reformadores.



Roger Cortez H. es investigador y docente.

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