martes, 2 de abril de 2013

Clases medias en la escena

http://www.paginasiete.bo/2013-04-02/Opinion/Destacados/16Opi00102-04-13-P720130402MAR.aspx

- 01/04/2013

A mediados del siglo XIX Karl Marx estaba convencido de que la clase media de las ciudades –la pequeña burguesía urbana– se extinguiría con el desarrollo del capitalismo y que sus fracciones que lograsen sobrevivirlo terminarían absorbidas por una cada vez más amplia y revolucionaria clase obrera. Sin embargo, la clase media urbana es la que más se ha expandido y de la cual han nacido importantes porciones que abrazaron con más pasión y constancia las enseñanzas revolucionarias; ciertamente mucho más que el sujeto proletario en quien el socialismo científico había depositado sus esperanzas. En sentido contrario, cuando la atacan el pánico y la incertidumbre, la clase media urbana ha servido de soporte a regímenes autoritarios, incluyendo a dictaduras fascistas.

Sin embargo, lo que predomina históricamente es que, invariablemente, los principales conductores de las revoluciones de intención socialista del siglo XX, igual que la masa de los cuadros y militantes de los partidos que fundaron, provienen de la pequeña burguesía, con tanta regularidad y constancia que puede caracterizarse al socialismo de ese siglo como el socialismo de clase media; exactamente igual a lo que pasa hasta ahora con el socialismo del siglo XXI.

Para ser preciso y justo es necesario hablar en plural, porque los grandes protagonistas de esas gestas que cambiaron el planeta son obra al menos de dos clases medias: la de las ciudades y la de los campesinos, otra clase media, muy distinta a la pequeña burguesía urbana, pero que hermanada históricamente con ella ha enfrentado y muchas veces ha derrotado a colonialismos e imperialismos el siglo anterior. El campesinado es técnicamente una clase media en tanto que no es clase obrera ni parte de la burguesía; ello se refuerza en nuestro país por la condición de pequeños propietarios que la conforman.

Nuestra historia expresa con nitidez esa alianza que, de 1952 en adelante, no ha dejado de acentuarse. El binomio que encabeza al actual Gobierno no puede ser una representación más clara y terminante de esa realidad y, precisamente por ello, resulta más ostentosa y chocante la manera despectiva e hiriente con que la que el Jefe de Estado se refiere a la clase media en cuanta oportunidad puede: la última hace un par de semanas atrás, cuando descalificaba a algunos de sus antiguos compañeros –algunos de ellos verdaderos soldados, modelo del proceso de cambio– al usar su origen clasista como una injuria.

El desdén presidencial contra “la clase media” no se compadece del hecho de que las movilizaciones y las votaciones que lo han aupado al sitio en que se encuentra provienen de las clases medias. Se entiende que la aversión contra la clase media expresada por el Presidente, frecuentemente con respaldo explícito de su Vice, se dirige contra la fracción más próspera e instruida de la pequeña burguesía, aquélla de la que se ha reclutado tradicionalmente el personal jerárquico de la burocracia estatal y sectores allegados a ella. Muy activa políticamente hoy igual que ayer, ya que de ella proviene casi todo el actual gabinete, con la excepción de los pocos ministros y ministras de origen campesino, basa su poder en sus habilidades técnicas y en una gran proximidad con los medios de difusión.

Pero, en la Bolivia de hoy el sector de clase media urbana que se siente agredido y suele alinearse contra el oficialismo no es más que una delgada franja de una clase media urbana compuesta por gran parte de transportistas, una porción menor, pero importante de cooperativistas, casi todo el amplio universo de comerciantes, artesanos y trabajadores por cuenta propia, identificados laxamente como gremialistas, así como una fracción considerable de los campesinos que viven en las ciudades y, desde luego, todos los funcionarios de rango medio y de base, al lado de la casi totalidad de los profesionales.

Ese vasto y polimorfo universo representa entre el 60 y el 70% de los electores del MAS que, pese a sus profundas divisiones internas, entre las cuales tienen peso decisivo las de origen cultural y étnico lo mismo que significativas estratificaciones económicas, se constituye en un sujeto colectivo en el campo de prácticas políticas y de imaginarios compartidos.

La inquina de los altos funcionarios contra “la clase media” no afecta ni compromete el poderío electoral de este Gobierno, al que su base social incluso llega a excusarle, hasta ahora, señales evidentes de decadencia como las evidencias de complicidades con las redes de extorsión, la cohabitación con grupos de poder tradicionales y otros pecados, y parece que así será mientras se mantengan las condiciones de estabilidad económica y bajas tasas de desempleo.



Roger Cortez H. es investigador y docente.

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