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- 17/04/2013
El resultado de la votación en Venezuela -casi un empate técnico- pone en vilo la tendencia que se instauró en ese país a fines del siglo pasado y principios del actual, y que respondía a una situación de acumulación social de cuestionamientos y desconfianza en las administraciones políticas previas.El común denominador de fines del siglo pasado en los países de la región fue la reacción social a una forma de gestión estatal centrada en los partidos, funcional al neoliberalismo ortodoxo, distante de las amplias necesidades sociales que mantenían niveles significativos de pobreza y exclusión, y que se tradujo en ciclos de protesta y movilizaciones callejeras, escenarios de diálogo, y fundamentalmente en un viraje radical en la preferencia electoral por opciones distintas a las dominantes.
En ese marco, Chávez llegó al poder en 1998 con una votación del 56%, logrando una amplia ventaja con respecto a los dos partidos antes hegemónicos que participaron aliados en un frente único. Su discurso reforzó la polarización entre el viejo y nuevo régimen como estrategia de unidad hacia el futuro, juego político al que ingresó también la oposición. La alta votación por Chávez se repitió en las sucesivas reelecciones que se realizaron en 2000 y en 2006 (en que logró el 62%), mientras la oposición mantuvo una presencia que rondaba el 37%.
Por último, en su reciente postulación, en 2012, captó el 55% del electorado, mientras el candidato de la oposición incrementó su votación al 44%.
Más allá de la credibilidad y los factores coyunturales de cada elección, todas ellas denotaban la consolidación del proyecto bolivariano que luego asumió el cariz de “socialismo del siglo XXI”, poco explorado en su contenido y crítico en sus alcances, pero que logró interpelar recurrentemente y con éxito al electorado.
En la elección del pasado domingo, a diferencia de las anteriores ocasiones, la oposición logró un puntaje significativo, ubicándose a sólo 1,7 puntos del ganador, quien se declara continuador de Chávez.
Una elección fuertemente mediada por la imagen del ex líder nacional, su reciente deceso y la espectacularidad de los acontecimientos en torno a su desaparición física, más no etérea, plagada de elementos simbólicos. Se reproduce así un discurso vacío de contenido ideológico que simplemente apunta a la continuidad acrítica del modelo pero que, por la situación económica compleja por la que atraviesa el país, no garantiza las condiciones previas, y menos el avance hacia los objetivos de mediano y largo plazo propuestos.
La desaparición del líder, que constituía el factor de cohesión política y organizativa del Estado, y de confianza y legitimación social, visibiliza una serie de elementos críticos referidos al manejo de la gestión pública y sobre todo política, cuestionados por la población a través del voto.
Nicolás Maduro, en consecuencia, no aparece como el enviado divino para culminar la misión de Chávez, sino que expresa, en su materialidad física y cotidiana, la estructura gubernamental y “la real politik” consolidada en los últimos años. Los resultados, por último, denotan la alta polarización en que se debate ese escenario político y que pueden tener efectos impredecibles si no se enmarcan en un acuerdo institucional con respecto a los recientes resultados.
María Teresa Zegada es socióloga.
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