Cara o Cruz
Raúl Peñaranda U.
Jueves, Abril 24, 2014 - 18:09
Los políticos bolivianos del pasado no eran un dechado de
virtudes, ni mucho menos, y cometieron una serie de contradicciones entre lo
que decían y hacían. Uno ofreció una "revolución moral” y se vio envuelto
en numerosos escándalos; otro prometió 500 mil empleos y cumplió sólo el 10% de
ello; otro dijo que aumentaría el Bonosol, pero, llegado al poder, lo redujo.
Esa no es, por supuesto, una situación exclusivamente
boliviana, las críticas a los que detentan el poder se escuchan a través del
globo. Ni tampoco es algo sólo propio de los políticos, todos los humanos
somos, de una u otra manera, contradictorios.
Pero en el Gobierno actual esa disonancia entre lo que se
pregona y se cumple parece ser más grande. Quizás porque su discurso es más
estridente y más machacón, esa distancia luce ya como un abismo. Veamos:
El Gobierno, que se presentaba como "humilde” y
"austero”, es, en realidad, todo lo contrario. Primero compró un avión de
39 millones de dólares, luego anunció otras compras de aeronaves para altos
jerarcas y siguió, finalmente, con carísimos autos blindados Toyota. Así que el
gobierno "del pueblo” tiene rasgos de opulencia mayores a cualquiera de
sus antecesores.
Desde el Presidente para abajo parecen estar enamorados de
la parafernalia del poder. ¿Dónde quedó el Evo que vivía en un modesto
departamento de Miraflores y viajaba solo a todas partes del mundo?
La supuesta defensa del Estado es una tramoya. Se pueden
poner varios ejemplos, pero uno es suficiente: el trato que le da el Gobierno a
los mineros cooperativistas, que representan el sector "más privado” de la
minería que se puede encontrar. Hoy están transitoriamente distanciados, pero
la alianza entre ellos y el MAS trasciende todo. El Gobierno ha multiplicado
por diez los yacimientos entregados a los cooperativistas, les ha otorgado las
concesiones de por vida, les ha permitido que se queden con las minas que
obtienen mediante tomas, etcétera. Al mismo tiempo, ha hundido a la (pequeña)
minería estatal hacia lugares casi marginales.
La defensa de la Pachamama quedó en el olvido. El Presidente
y el Vicepresidente tienen una mentalidad desarrollista, basada en la idea de
que solamente la extracción de recursos naturales permite el desarrollo. Para
ellos y muchos otros en su Gobierno (el canciller David Choquehuanca es una
sana excepción) la economía debe basarse en "perforar, perforar, perforar”
(igual que los republicanos gustan gritarle a Barack Obama en sus
manifestaciones: "drill, drill, drill”) y eso, obviamente, tiene a la naturaleza
como su primera víctima.
La defensa del indigenismo y de los movimientos sociales no
es genuina. El Gobierno ha cooptado, dividido, presionado y acosado a todos los
sectores que se le han opuesto. Para no hablar de la Conamaq opositora, cuyos
dirigentes fueron chicoteados; de los del TIPNIS, que han sido perseguidos, y
de todos aquellos que no comulgan con el MAS. El dicho del Presidente no
debería ser "masismo o fascismo” sino "masismo o les pego”.
Xenofobia galopante. Todos los altos integrantes del
Ejecutivo se llenan la boca con el supuesto "latinoamericanismo”, que sólo
es más una frase hueca, vacía. Éste es el Gobierno que peores relaciones tiene
con el vecindario. Con la excepción de Ecuador, Venezuela y Argentina, con todo
el resto el régimen "latinoamericanista” tiene dificultades: con Perú y Colombia la cosa está distante, con
Paraguay las relaciones van mal, con Brasil ni qué se diga, con Uruguay no hay
casi contactos (para no hablar de Chile, con el que tenemos una distancia
histórica).
¡Y dentro de ese "latinoamericanismo” no debería entrar
la xenofobia, pero cómo lo hace! Cuando hubo un problema con cocaleros en
Apolo, hace poco, el Presidente dijo que se trataba de "peruanos”, cosa
que después se comprobó falsa; cuando se trata de hallar responsables de hechos
de narcotráfico, los ministros hablan de "brasileños” o
"colombianos”; para defenderse de las críticas ante la inoperancia por la
inseguridad ciudadana, las autoridades se quejan de "los peruanos”. Cuando
un periodista hace un libro crítico, como es mi caso, se blande un pasaporte
como si fuera prueba de delito.
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